¿Qué entendemos por hábito? Técnicamente, un hábito es un patrón de conducta. Es una forma predeterminada de actuación ante una misma situación. Estos hábitos nos pueden facilitar la vida o, del mismo modo, entorpecer nuestro día a día; por eso en un momento dado merece la pena revisarlos, y en su caso, tratar de modificarlos.
Siempre se ha dicho que el hombre es un animal de costumbres pero no nacemos con hábitos establecidos, sino que los vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida. Muchas veces nos resultan cómodos porque con ellos no tenemos que pensar. Si vamos a realizar una actividad que ya hemos hecho infinidad de veces, como vestirnos o desnudarnos, o actividades más complejas como conducir un coche, no sería operativo que tuviésemos que pensar de manera consciente cómo realizarlas porque nos llevaría mucho tiempo hacerlas. Por eso estas actividades, que son habituales en nuestro día a día, las realizamos de manera secuencial, y además, de forma automática, es decir, sin pensar en ellas de manera consciente.
Esto mismo nos ocurre cuando hacemos conjuntos de actividades como las comprendidas entre el momento de despertarnos y levantarnos hasta el momento en que llegamos a nuestro puesto de trabajo. Ponemos una especie de piloto automático que se encarga de realizar toda la secuencia. Estas serían actividades viejas, pero a lo largo de nuestra vida ante cada situación nueva nos preguntamos cómo vamos a reaccionar, porque no somos animales con el instinto que ellos poseen y que les indica qué hacer en cada momento y nos resultaría agotador tener que estar pensando qué se va a hacer ante cada nueva situación. ¿Y qué hacemos entonces? Pues tendemos a repetir aquellas conductas que en ocasiones anteriores nos han dado buenos resultados o nos han permitido salir más o menos airosos de ellas. De esta manera se va constituyendo un hábito.
Una de las decisiones que tiene que tomar el hombre más a menudo es con respecto al uso de su tiempo y a cómo disponer de él. Imaginemos el tiempo de ocio. Cuando llega el fin de semana, como las posibilidades son ya bastantes conocidas, al final terminamos por decidirnos por una de ellas y la elegimos de ahí en adelante como nuestra actividad de fin de semana; y de este modo, establecemos otro hábito.
¿Y que nos ayuda a decantarnos por una u otra actividad? Pues ahí es donde intervienen nuestros rasgos personalidad, rasgos que traemos impresos en nuestros genes al nacer.
Una persona sedentaria y con intereses culturales puede tener el hábito de sentarse a leer, mientras que otra más activa puede tenerlo de salir a bailar.
Por eso, a la hora de intentar cambiar un hábito en el que creemos estar atrapados y nos encorseta, debemos distinguir qué podemos cambiar y qué es lo que representa una tendencia profunda de nuestra personalidad. Si vamos en contra de ella el fracaso es bastante probable; por lo que debemos estudiar nuestra personalidad y obtener lo máximo de acuerdo con ella.
Sin embargo existen hábitos que es deseable que tratemos de eliminar porque nos perjudican en la búsqueda de nuestra felicidad. Un ejemplo sería una situación que nos afecta negativamente, como hacer mal un examen o una entrevista de trabajo. Nuestra reacción puede ser la de quejarnos y lamentarnos y culpar al entrevistador o al que nos puso el examen. Y si observamos nuestras reacciones pasadas en una situación parecida nos daremos cuenta de que siempre reaccionamos de manera parecida.
Si queremos mejorar, este sería un hábito a cambiar. Deberemos analizar qué es lo que hicimos que pudo influido en el mal resultado de la prueba y plantearnos si es conveniente cambiar el hábito de quejarse por el hábito de analizar las razones del fracaso, lo que seguramente aumentará las posibilidades de tener éxito la próxima vez.
Los hábitos a veces están tan profundamente arraigados tras años de practicarlos que resultan difíciles de cambiar, pero en ocasiones nos causan tanto perjuicio, incluso a través de enfermedades psicosomáticas, que nos dificultan seguir actuando de la misma manera.
Si todos los días pasamos la tarde tumbados en el sofá viendo la tele el cuerpo terminará avisándonos, cada vez de manera más insistente, mediante dolores en la espalda o en el cuello que nos dejarán claro que debemos cambiar de hábito.
Nuestros pensamientos también están sujetos a hábitos como vivir recordando un pasado que no puede volver o esperando un acontecimiento que nunca llegará; o lamentándonos por cosas que hemos hecho en el pasado y que no tienen ya remedio; o deseando cosas sin hacer nada por alcanzarlas… Estos hábitos pueden ser reemplazados por conductas más positivas. Será duro, al tener que luchar con costumbres muy arraigadas, pero quizás valga la pena intentarlo.
Begoña Viñuelas. Psicóloga.