El teléfono está ahí, sobre la mesa. Solo. Parece que nos llama a abrirlo, a revisarlo, a navegar rápida y compulsivamente por llamadas perdidas, realizadas, recibidas, mensajes y todo lo que pueda dar un indicio de algo que buscamos y, en el fondo, parece que queremos encontrar. Y pasa lo mismo con los mails, el chat, los bolsillos, Facebook… ¿Te reconoces?
Sentirnos celosos es una experiencia que se basa en la sospecha (seguida de intranquilidad y reclamos) de que la persona amada cambie su cariño o amor y los ponga en otra persona.
Los celos están presentes en todos los seres humanos y remiten a nuestra niñez, específicamente al proceso de individuación, es decir, cuando nos reconocemos como seres autónomos, separados de los demás. Y esta es la clave: aceptar que “el otro” tiene una vida propia es un trámite complejo que puede durar toda la vida.
A la persona celosa le cuesta aceptar que el otro- mucho más el ser amado- es independiente y puede diversificar sus afectos en diferentes vínculos: hijos, padres, amigos e, incluso, ex parejas. El celoso quiere exclusividad, ser poseedor único del amor. Por lo tanto, se constituye como una forma de dependencia que subestima las capacidades propias en pos de que el amor, la atención, las recompensas afectivas provengan siempre de otro, quien adquiere la figura del típico proveedor.
Una pareja embargada por los celos pierde la paridad, la equidad que debe existir para aceptar la autonomía, la historia previa de cada uno y los deseos de proyección hacia un futuro. El presente se convierte en un desagradable acto de incomunicación, ocultamiento de acciones inocentes y discursos vanos. Y todo para no despertar la más mínima sospecha.
Dr. Walter Ghedin. Médico psiquiatra y sexólogo. (entremujeres.com).