No sería completa la educación de un niño si no fuese un objetivo esencial el desarrollo paulatino de su autonomía.
Este concepto, la autonomía, tiene una proyección claramente de futuro, pues tenemos que pensar que algún día nuestros hijos dejarán de depender para todo de nosotros independizándose poco a poco.
Tendremos que ayudarles y guiarles, de la forma más responsable posible, en todas aquellas situaciones a las que se irán enfrentando a lo largo de su infancia (problemas en el colegio, en las relaciones con sus compañeros, etc. ) pero sin caer en un excesivo proteccionismo que les imposibilite tomar sus propias decisiones.
A medida que vayan creciendo, deberemos dejarles decidir por sí mismos para que puedan acertar o equivocarse, aprendiendo de ello y asumiendo en cada caso las consecuencias. Y es aquí donde la figura de los padres, como modelos a seguir, desempeña un papel crucial. Tanto cuando se toman grandes decisiones como en los pequeños asuntos del día a día el niño irá interiorizando, aunque como mero espectador, la manera de proceder de los padres y las consecuencias que de sus actos se deriven.
El fomento de la autonomía pasa por animarles a tomar esas pequeñas decisiones propias de su edad.
Conviene animarles, al principio bajo nuestra supervisión para optimizar los resultados, a que se organicen las tareas diarias del colegio y a responsabilizarse de los exámenes pendientes preparándolos con el tiempo suficiente.
Esto, que al principio puede parecer una labor difícil de conseguir, con perseverancia, con coherencia en nuestros razonamientos, y sobre todo, con paciencia a la hora de transmitir los mensajes en el lenguaje que ellos entiendan, poco a poco se irá estableciendo un hábito de buena organización que les servirá, no solo a lo largo de su primera infancia, sino en la adolescencia ó cuando cursen estudios superiores en la universidad; e incluso, a lo largo de su vida laboral.
Deberemos consensuar con ellos los tiempos de estudio, pero haciéndoles ver las ventajas y los inconvenientes que esas decisiones suponen.
Iremos dejando poco a poco en sus manos el cuidado de sus objetos personales y el material del colegio, advirtiéndoles previamente de que sus acciones tendrán unas consecuencias que tendrán que asumir si el resultado no es el esperado. Se les adjudicarán pequeñas responsabilidades cotidianas: Arreglo de su cuarto y de la cartera del colegio, aseo personal, etc. Igualmente todas aquellas que tengan que ver con la convivencia en casa: Volumen de la música, pequeñas tareas como poner y quitar la mesa, etc.
Así mismo, les enseñaremos poco a poco a interesarse por las necesidades de los otros; que comprendan que aunque las personas tengamos criterios distintos, todo se puede consensuar para garantizar una convivencia más cómoda.
Les daremos la oportunidad de equivocarse y aprender de sus errores. No es conveniente darles todo totalmente estructurado y solucionado porque no aprenderán a tomar sus propias decisiones en el futuro; y si no les damos un margen de confianza, haremos de ellos personas dependientes de un adulto que les diga cuándo, cómo, dónde y por qué actuar en cada momento.
Una educación realmente constructiva es aquella que ayuda al niño a forjar una personalidad autónoma, responsable y madura; y es aquella que potencia y desarrolla la capacidad decisoria del niño y la autocrítica ante decisiones erróneas.
El equipo de Psicología y Bienestar.