Si como decíamos en el capítulo anterior, la aceptación de las características del niño es de capital importancia para su desarrollo posterior, no lo es menos el respeto hacia su individualidad. A continuación vamos a desarrollar este tema.
El equipo de Psicología y Bienestar.
Capítulo 3. Educarles (desde el respeto) en el respeto a los otros
El respeto es un concepto que colisiona con algunos valores que tienen que ver con la solidaridad hacia los demás, la humildad etc. Y aunque a veces no es sencillo de llevar a cabo, conviene reflexionar sobre lo que implica.
A los padres nos agrada que nuestros hijos, tanto si se relacionan con adultos como con sus iguales, se comporten correctamente y de manera adecuada a su edad, mostrando respeto hacia las personas y las cosas. Esto está directamente relacionado con la manera en que estos padres fueron tratados y educados en su infancia, ya que de ese mismo modo tratarán y educarán a sus hijos en la edad adulta repitiendo esquemas previamente integrados.
Las personas proyectan hacia el exterior lo que sus padres les han enseñado, así como lo que han vivido y cómo lo han vivido en su infancia.
Si un niño ha recibido una educación en la que no se ha tenido en consideración a sus semejantes, donde los problemas no se han resuelto con criterios de justicia y equidad entendibles por él y donde roles inadecuados enfrentan a sus progenitores, entonces habrá muchas posibilidades de que en la edad adulta sea una persona que desarrolle una faceta autoritaria y falta de humanidad y que muestre poco respeto y consideración por los que entienda que están situados debajo de él, ya sea por razón de trabajo, en la escala social o en el núcleo familiar. Y aunque esos aprendizajes sean trabajados de manera adecuada, y se suavicen y se modifiquen algunos de ellos, va a suponer una ardua tarea no exenta de innumerables zancadillas.
Si además el niño está en plena adolescencia, con lo que esto conlleva de rebeldía hacia los mayores, de reafirmación de su personalidad y de egocentrismo acusado en algunos casos, nos encontramos frecuentemente con que se ha de librar una batalla diaria en la que nosotros, los adultos, deberemos ejercer de tales, administrando grandes dosis de paciencia para que al final, paradógicamente, los resultados no sean los esperados.
Es por eso que es en la infancia donde debemos inculcar aquellos valores que consideremos esenciales para la formación de una persona.
Respetemos y eduquemos, mediante el ejemplo, en el respeto a nuestros hijos.
A nuestro juicio, este valor se sitúa como pilar fundamental para otros valores, tales como la tolerancia, la humanidad, la nobleza, la justicia… que sin él perderían consistencia.
Así mismo, educar en el respeto hacia los demás supone un verdadero empujón hacia la consolidación de otro concepto que se deberá desarrollar desde los primeros momentos en la vida del niño: la socialización.
Esta va a hacer más saludables las relaciones interpersonales que se vayan estableciendo y le va a enseñar lo que son las diferencias individuales, es decir, que no tenemos por qué coincidir en gustos ni en inquietudes con los demás y que cada persona puede tener sus propios intereses.
Y todo ello, a través de ese instrumento tan poderoso, efectivo y necesario como es el juego.
El juego representa una recreación formada por vivencias, en la que el niño abre las puertas de sus primitivos esquemas para que le vayamos ayudando a robustecer aquellos que consideremos básicos y a destruir los que no le van a aportar valores positivos como persona en el futuro.
Todo ello, reforzado con el método de las 3 “p”: Paciencia, prudencia y perseverancia, fundamentales para la consecución de cualquier objetivo.
Cargando...
