Continuando con el tema de la semana pasada sobre la educación de los hijos en el ámbito familiar, os presentamos el segundo de los artículos esperando que sea de vuestro interés y que suscite todo tipo de comentarios.
¡Disfrutadlo!
El equipo de Psicología y Bienestar.
Capítulo 2. Aceptación incondicional de nuestros hijos
Si hay algo que genera más problemas en la edad adulta, y que se empieza a gestar en la infancia, son los conflictos mal resueltos que se producen cuando los padres tienen unas expectativas poco acordes con las características de sus hijos.
Ya sabemos que la llegada de un hijo para una pareja supone fantasear sobre cómo desearíamos que fuese, a quién querríamos que se pareciese, etc. En la determinación del sexo, por ejemplo, siempre existen preferencias que en ocasiones provocan la primera desilusión en algunos de los progenitores; y es que, como venimos manifestando en reiteradas ocasiones: Nuestra infancia condiciona nuestras preferencias en la edad adulta.
Pero el problema no está ahí, porque al fin y al cabo es natural que todos, en cualquier ámbito de nuestra vida y ante un nuevo reto, elevemos el nivel de nuestras expectativas para ir luego adecuándolas en función de cómo vayamos asumiendo la realidad. Si nos dicen que es niño cuando esperábamos niña, o viceversa, nuestra mente empieza a generar toda una serie de expectativas de futuro. Quien más y quien menos acabará trazando la futura vida de su retoño, soñará con los estudios que le procurarán un trabajo mejor o con el tipo de persona con la que formarán una familia. De este modo proyectará sobre ellos los anhelos no cumplidos de su propia existencia para así ver realizado, a través de sus hijos, lo que nunca tuvo.
Hasta cierto punto esto ocurre de manera natural y casi nadie se libra de ello; pero el aceptar o no en la medida de lo posible las características del niño, con sus virtudes, defectos y particularidades, va a ser determinante para su futuro porque, o bien será fuente de conflictos no resueltos, inseguridades y traumas, o por el contrario, se fomentarán la autonomía y la autoestima si se adecuan las expectativas a sus capacidades, inquietudes y necesidades.
Es de vital importancia concienciar a los padres de las capacidades y las limitaciones físicas o intelectuales que pueden tener sus hijos, a fin de que no se generen expectativas demasiado altas que produzcan frustraciones y desencadenen en ellos traumas de más difícil solución. Este punto en concreto a veces resulta complicado de transmitir a los padres, sobre todo cuando las expectativas generadas por estos están muy distanciadas con las que nos dicta la realidad. No es fácil por parte de los padres aceptar que su hijo no podrá tomar determinado camino, o nunca llegará a ser buen estudiante, o en el mejor de los casos, habremos de trazarle una ruta más sencilla para el logro de las metas. La sensación de fracaso se apodera de los progenitores que optan a veces por mirar para otro lado, ocultándolo y actuando de manera irresponsable. Es el momento en el que el psicólogo infantil debe trabajar con esos padres para hacerles asumir, digerir la realidad y actuar en consecuencia.
Como padres, es importante también aprender a aceptar sus opiniones para fomentar así la confianza en sí mismos; sin intentar, en la medida de lo posible, dirigirles ni limitarles. Esto, a veces, también resulta complicado porque implica aprender a escuchar. Se trata de dejarles decidir cómo actuar en aquellos ámbitos que les competen según su edad; desde el diálogo y el razonamiento, no mediante la imposición.
La aceptación por parte de los padres de las características y capacidades de sus hijos va a ser determinante para la correcta maduración de éstos.
Recomendaciones:
– Distinguir lo que son nuestros deseos de lo que es la realidad, adecuando las metas a las capacidades.
– Reforzar convenientemente esas capacidades para que se potencien con el tiempo y conseguir mejores resultados en el futuro.
– Ser comprensivos ante las situaciones adversas y ayudarles en la toma de decisiones.
– No emitir juicios ni críticas indiscriminadas con un lenguaje despectivo. Esto destruye la autoestima, pilar fundamental en su desarrollo como persona.