Capítulo 5 (La educación de los hijos en el seno familiar): Proteger a los hijos de los riesgos reales e imaginarios

A medida que un niño va pasando por las distintas etapas de su desarrollo va experimentando una serie de cambios en su visión de la realidad, es decir, va adaptándose al medio. Fruto de esa interacción con la realidad, que le expone a potenciales peligros, nace la necesidad de que el adulto esté cerca de él para ayudarle a interpretarlos y a que los afronte de la manera más conveniente.

La naturaleza curiosa del niño, y su falta de experiencia ante las consecuencias negativas que pueden derivarse de algunas situaciones, le ponen en clara desventaja; y es ahí donde la figura del adulto juega un papel importante al guiarle por el camino adecuado, haciendo que se sienta protegido de todos aquellos peligros, reales o imaginarios, que puedan presentársele a lo largo de su infancia; pero eso sí, sin cercenar su libertad, sin dejar de fomentar su autonomía y, quizás lo más importante, sin dejar de enseñarle a ver las distintas caras que tiene la realidad y las repercusiones que puede tener la toma de decisiones.

Pero a la hora enseñarles lo que es más adecuado, y el lugar donde está la línea que no debe transgredir, es muy difícil no caer en un excesivo proteccionismo cuyas consecuencias a medio plazo sean más devastadoras que la postura contraria, si cabe.

A menos que él lo pida, no conviene decirle específicamente lo que debe o no debe hacer, sino dejar que él vaya averiguando poco a poco las posibles soluciones al problema.

El arte de guiar no consiste en acercar la meta, allanando y quitando todas las piedras del camino. Tampoco en castigar con el menosprecio una actitud incorrecta, sino en hacer responsable de la misma al niño, de una manera dialogante.

Poner todo esto en práctica no es tarea sencilla, pues el instinto de protección al niño, como ser más débil, está presente de forma innata en los seres humanos y no es fácil asistir a sus fracasos como meros espectadores. Requiere, por tanto, de unos conocimientos y una información adecuados sobre el desarrollo del niño, sobre el fomento de su autonomía, sobre la forma de actuar dependiendo de la etapa concreta de su desarrollo; sobre las repercusiones que va a tener en el futuro el enseñarle a tomar decisiones y el permitirle equivocarse.

Aprender a valerse por si mismo requiere exponerse a los peligros, valorar las situaciones y tomar decisiones que no siempre serán las correctas.

El adulto debe estar situado al principio de este proceso para ayudar al niño a ver la realidad; y al final del mismo para ayudarle a levantarse si no elige la opción adecuada; pero lo que no debe hacer nunca es anularle su capacidad de elección.

 

Begoña Viñuelas. Psicóloga.

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