Entre los aspectos evolutivos del niño que más potencia sus capacidades innatas, y que mejor predice la adecuada integración en los distintos ámbitos de su vida, sería la de fomentar la comunicación, ya sea entre iguales, con los profesores o con sus progenitores; así como la participación en todo tipo de actividades, sean lúdicas o no, que le van a suponer la aceptación de normas.
Comentar y hablar con él sobre cualquier tipo de temas es una costumbre saludable, teniendo siempre en cuenta su nivel evolutivo. Si se comienza ese diálogo en la niñez, va a ser mucho más fácil que siga produciéndose en etapas posteriores hasta llegar a la adolescencia, donde ese diálogo va a ser vital para ir tomando el pulso de sus vivencias.
El diálogo es una importante herramienta para prevenir, identificar y reconducir problemas.
Hay que prestar especial atención a algunos indicadores como los siguientes:
– Silencios repentinos en situaciones en las que antes comunicaba sus sentimientos.
– Actitud apática y de falta de interés por cosas que antes le interesaban.
– Encerrarse en si mismo.
– Rechazo injustificado hacia personas que antes suponían una figura importante y valorada por él, como los abuelos u otros familiares.
Todos estos cambios, sobre todo si se presentan de manera súbita, nos indican que algo está ocurriendo en su vida que puede ser el anticipo de problemas posteriores. No hay que confundirlo con la rebeldía propia de la adolescencia, en la que el adulto pasa a ser el enemigo al que hay que ocultar cosas. Ni tampoco se debe confundir con ciertos cambios bruscos de humor producidos muchas veces por alteraciones hormonales.
Fomentando y propiciando la comunicación, esta se convierte en el termómetro que servirá al adulto para pulsar las emociones, las vivencias, los impulsos, las tristezas y las alegrías del niño; reforzándose un hábito que muchas veces a él le va a servir también de apoyo, e incluso de desahogo.
La comunicación le servirá:
– Para aprender a aceptarse como es.
– Para relativizar las situaciones difíciles, como los distintos momentos duros por los que pasan las relaciones con los amigos, con los padres o con otros adultos.
– Para valorar los detalles profundos y para que aprendan a no quedarse solamente en lo superficial.
– Para distinguir entre sus amistades las que son verdaderamente incondicionales de las que se basan en el interés.
El adulto, por su parte, deberá potenciar su sociabilidad:
– Enseñándole a compartir con los hermanos y amigos sus juguetes y objetos personales.
– Ayudándole a superar esa etapa de egocentrismo, que suele caracterizar a algunos niños poco socializados, facilitando la interacción entre iguales.
– Ayudándole a tomar conciencia de que, además de ellos, existen otras personas que también tienen sus intereses y sus deseos que van a coincidir a veces con los de él.
– Enseñándole, como base de una buena comunicación, a aceptar reglas, a asumir las consecuencias de sus decisiones, a ser compasivos con el dolor ajeno y a superar envidias.
Todo esto, que es de vital importancia para vivir en sociedad, no se puede transmitir únicamente mediante los consejos y las charlas, sino que es imprescindible que además lo vaya experimentando por sí mismo y lo vaya interiorizando.
Begoña Viñuelas. Psicóloga.