Entre los valores que debemos transmitir a nuestros hijos a lo largo de su vida están aquellos que le van a permitir entender y asumir que nuestra conducta tiene unos límites; que si esos límites se traspasan, pueden tener consecuencias negativas para otros o para él mismo; y que si son esos otros los que los traspasan, también pueden traer consecuencias negativas para él.
“No quieras para los demás lo que no querrías para ti”
El niño que recibe una educación basada en el respeto a los otros a través del establecimiento de límites razonables para su edad y coherentes con su entorno, va a ser capaz en el futuro de transmitir a sus propios hijos estos mismos valores. Pero no se conseguirá el objetivo si los padres, de modo unánime y consistente, no aprueban sin discrepancias las reglas del juego. Una vez explicadas las normas de forma que puedan ser entendidas por el niño hay que dejar que sea él quien elija la opción más apropiada. Previamente se le habrá informado de las consecuencias, tanto de las conductas catalogadas como no deseables, como de las catalogadas como apropiadas.
Si bien la teoría es sencilla, lo complicado estriba en explicarle, de manera entendible para él, lo que debe hacer, lo que no debe hacer y por qué.
Un error muy frecuente consiste en recriminarle, unas veces sí y otras no, una conducta no deseada. Con ello, lejos de evitarla, estaremos reforzando y afianzando dicha conducta. No debe darse el caso de que situaciones parecidas produzcan reacciones dispares. Por ejemplo: Si se comprueba que el niño tiene por costumbre mentir, la actitud y la respuesta ante esa mentira no debe ser diferente en cada ocasión, o incluso, que provoque ausencia de respuesta.
Recriminarles una conducta de manera intermitente
consolida fuertemente dicha conducta.
Otro aspecto muy importante es que ambos progenitores, o en su caso los adultos que vivan con el niño, estén de acuerdo, tanto en la conducta a reforzar como en la conducta a castigar, mostrando las mínimas discrepancias; y en caso de que las haya, que nunca sean con aspectos importantes. De este modo se evita que el niño busque un aliado que le ayude a “salirse con la suya”.
Es preferible que antes de aplicar un castigo o privación,
los padres dialoguen entre sí y lleguen a un acuerdo para que el niño
no perciba una disparidad de criterios.
Asimismo, debemos evitar:
– Los gritos y las descalificaciones.
– El actuar dependiendo de nuestro propio estado de ánimo.
– Las comparaciones entre hermanos, que favorecen los celos y crean un mal ambiente entre ellos.
– Las recompensas al niño “chivato”.
– Las risas o burlas ante algunas de sus conductas.
Una vez evitado esto, y en el caso de que haya que aplicar un correctivo por el incumplimiento de alguna de las normas, éste deberá cumplir los siguientes requisitos:
– La privación o castigo ha de ser pertinente y proporcional a la conducta ejercida.
– Ha de tener un efecto inmediato y no debe ser diferido a momentos muy posteriores.
– Hay que procurar que con ello no se castigue también al resto de la familia. Por ejemplo, castigarle a quedarse sin salir el fin de semana.
– Ha de tener un efecto impactante, no tanto por su intensidad como por su eficacia.
Iñigo Estaún. Psicólogo.