Para la psicología conductista es sabido que el aprendizaje se produce cuando se repite una y otra vez la secuencia estímulo-respuesta-recompensa.
Si nos centramos en la respuesta y en la recompensa, cuando el niño emite una conducta que queremos reforzar y consolidar es importante verbalizar, de manera clara y entendible para él, nuestra felicitación y nuestro contento. Este refuerzo verbal resulta altamente efectivo y provoca que tienda a repetirse la conducta positiva, aunque solo sea por el mero hecho de recibir de nuevo la recompensa gratificante de la felicitación.
Pero algo tan simple y, repito, tan efectivo como la felicitación no pocas veces nos olvidamos de ella y damos por hecho que tiene que darse ese buen comportamiento sin hacer al niño partícipe de nuestro contento o satisfacción.
Cuando un niño hace algo bien o cumple con una norma establecida no debemos dejar pasar la oportunidad de indicarle que ha realizado una buena acción. Debemos alabarle, de manera acorde y proporcional al hecho ocurrido, con el mayor número de detalles posibles para que él tome conciencia de la reacción positiva que provoca el portarse bien. Al mismo tiempo, con esto estaremos reforzando su autoestima.
Para que este refuerzo sea efectivo debe ser contingente con la conducta a reforzar, es decir, debe producirse cercano en el tiempo para que el niño lo asocie directamente con su buena acción. Se trata de conseguir que el niño encuentre una motivación para portarse bien y para ello, nada como que ese comportamiento derive en unas consecuencias positivas inmediatas para él.
No se trata de darle premios o regalos materiales, que además de ser efectivos solo a corto plazo, provocarán que tiranice a los adultos para conseguir más y más, porque, al acostumbrarse a ellos, no se sentirá satisfecho con nada. Se trata más bien de recompensas verbales para que el niño perciba que sus actos provocan alegría y agrado.
Se trata también de dar un reforzamiento diferencial en función de la conducta emitida; es decir, si ha cometido un hecho reprobable, deberá encontrarse con el descontento. Debe percibir, no desprecio, pero sí que no recibe muestras de afecto, y desde luego, muy poca atención hacia él.
En resumen, para estimular la buena conducta en los niños es conveniente:
– Definir claramente la/s conducta/s que queremos reforzar.
– Recompensar cada conducta positiva con reforzamiento verbal.
– Este refuerzo debe producirse cercano en el tiempo a la conducta a reforzar y debe ser acorde con la intensidad de la conducta.
– Sólo deben reforzarse las conductas positivas (reforzamiento diferencial).
– Hay que mantener una consistencia en aquello que consideremos “conducta saludable” y actuar siempre de la misma manera.
El carácter y el comportamiento de nuestros hijos tiene un condicionante genético indudable, pero actualmente se sabe, y cada vez está más documentado a través de estudios contrastados, que la aportación del ambiente es determinante en la elaboración de la escala de valores que le servirá de referencia para toda su vida. Valores como la honestidad, el esfuerzo, la capacidad de sufrimiento, la fidelidad, etc., se gestan en ese ambiente que modula de forma clara y contundente la información impresa en sus genes.
Begoña Viñuelas. Psicóloga.
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