Como decíamos en el articulo anterior, referido a la convivencia con los adolescentes, sería importante y de gran ayuda que se nos ofreciera, dentro del modelo educativo, una herramienta lo suficientemente asequible para los padres como para que los orientara a la hora de interactuar con ellos; aunque quizás habría que hacer una pequeña reflexión, que por su carácter generalista y el amplio abanico que abarca, puede ser muy útil a la hora de facilitar dicha convivencia: El concepto de “carrera de Fondo”.
Esta idea consiste en concebir como un continuo las distintas etapas por las que pasa un ser humano; entenderlo como algo que se va fraguando desde la más tierna infancia; como si a cada paso y en cada momento vital se fuesen depositando unos “posos” que van a ir conformando el mosaico del comportamiento futuro del adolescente. Y somos nosotros, los adultos, los que influimos de una manera directa en su modelaje con nuestra manera cotidiana de actuar.
Las cosas no se aprenden de manera súbita. No es como teñirse la cara de pintura negra para una fiesta de carnaval en la que lo que se ve antes del teñido no tiene nada que ver con la imagen siguiente; sino que la acumulación de experiencias previas y los roles y modos de entender la vida que transmitimos los adultos, a veces sin querer, van conformando y estructurando lo que será la persona en el futuro y que empieza a despuntar en la adolescencia.
Es evidente que existe un componente genético que, con unas condiciones concretas, aflora y condiciona la respuesta del adolescente; y está claro que sobre este factor lo único que podemos hacer es intentar limar aquellas posibles aristas que se produzcan. Por ejemplo, una personalidad acusada que desarrolle un carácter fuerte en la etapa adolescente, lo más probable es que debido al “cocktail” que se produce entre la revolución hormonal, la necesidad de reafirmación y el rechazo al adulto como figura que representa la disciplina, pueden derivar en una conducta agresiva, intolerante y despreciativa que llegue a distorsionar la normal convivencia de una casa y a convertirse en un problema que, si no se reconduce en una fase temprana, puede terminar afectando de manera grave a toda la familia, y en concreto, al sujeto en cuestión.
A mi juicio, la prevención para obstaculizar lo más posible este tipo de deriva, pasa porque los adultos aprendiésemos a observar aquellos indicios que nos pueden adelantar que nos encontramos ante el perfil de un niño con probables trastornos de conducta en un futuro.
Todos hemos visto algún caso de amigos o conocidos que nos comentan que su hijo, ya desde pequeño, era un niño que lloraba sin cesar si se le cogía en brazos; o que le costaba más que a otros compartir sus juguetes, agrediendo al amiguito de turno que pacientemente esperaba su momento para jugar con ellos; o aquel que cuando no le gustaba la comida, la bronca estaba asegurada; o el irascible y poco reflexivo, que tenía fama de “broncas” en el colegio y que siempre aparecía con una “herida de guerra”…
Todos estos rasgos de conducta, no es que vayan a dar como resultado de manera inapelable a un adolescente conflictivo en el futuro, pero sí apuntan a una mayor probabilidad de que nos encontremos con un adolescente que, o bien se le enseña ya desde pequeño a controlar sus impulsos y a retrasar las gratificaciones, creando un ambiente en casa de respeto y de coherencia ante determinadas normas, o será mucho más incontrolable y difícil de tratar al llegar a esta edad crítica.
Todo esto requiere de un aprendizaje mínimo del que todos deberíamos ser conscientes, antes incluso de tener hijos.
Iñigo Estaún. Psicólogo.