Conflictos: Un adolescente en casa (1)

La convivencia es de por sí difícil y se necesita hacer gala de una enorme paciencia, generosidad y fluidez a la hora de  ponerse en la piel del otro; y si además nos dejamos  aconsejar, en los momentos más delicados, por nuestra propia madurez emocional  para solventar las contrariedades de la vida, es muy probable que, aún con los altibajos normales de aquello que se prolonga en el tiempo, seamos capaces de salir airosos y volver a retomar la normalidad esperando a ver cuándo se presenta la próxima tormenta.

Esto discurre por un sendero del que podemos intuir algunas de las piedras que nos hacen tropezar, y sobre todo, y a toro pasado, pensar: ¡Cómo no he reparado en esto…! Y buscar una posible solución.

Pero cuando con el que convivimos es un adolescente,  la cosa se complica. De nada nos sirven los consejos generalistas: “Está en una etapa rebelde, se le pasará”. “No se lo consientas, castígale sin móvil”. “Es posible que tenga problemas, pregunta en el colegio”. “A ver con que amigos sale, contrólalo”…

Todos estos comentarios, no por usuales, resultan siempre eficaces; pues quien más y quien menos, los ha tenido en cuenta y los ha puesto en marcha no obteniendo resultado positivo alguno. Y llega el momento de la resignación: “Me ha tocado a mi”. “Sale a su padre”. “Es que los amigos”…  Para a continuación, tomar cartas en el asunto.

Después de haberlo comentado con la pareja (circunstancia que generalmente es un monólogo, pues en muchas ocasiones este tipo de tareas pertenecen a un rol que suele recaer en la madre) se toma la primera medida que consiste en acudir al colegio y hablar con el tutor.  Este no suele aportar pista alguna de lo que le ocurre al niño, salvo aquellos topicazos muy recurrentes en este tipo de situaciones: “Está distraído, no atiende, es como si estuviera en su mundo, interrumpe y molesta al que tiene al lado, va a suspender, solo le interesa el móvil y charlar con los amigos”…

Si nos fijamos, todas estas reflexiones no son más que una serie de fotogramas que  forman parte de una película que no aporta solución alguna.

“¿Y que puedo hacer? En casa se encierra en su habitación y no quiere saber nada. Cuando le digo que va a suspender, que tiene que estudiar, se enfada conmigo y se encierra en su cuarto…”, suele argumentar la desesperada madre en busca de un hilo del que poder tirar para solucionar el problema.

El tutor, como el nuestro no es el único niño al que representa, tiene un conocimiento muy limitado, por no decir prácticamente nulo, del caso en cuestión.   Entonces tira de experiencia y le receta otra serie de pautas que debe llevar a cabo la madre en casa, aunque en esta ocasión, la situación tampoco suele mejorar…

Agotada la vía del colegio (por inoperante en la mayoría de las ocasiones) se acude a las amigas para que aporten ideas, experiencias propias, y en definitiva, soluciones…  Y siempre aparece el famoso: “Yo conozco a una que tenía el mismo problema, y lo que hizo fue… ¡Y ahora le va de maravilla!”; y deciden adoptar esa solución que a veces funciona.

Si reflexionamos un poco sobre este problema, a mi juicio el error estribaría en la falta de información que tienen los padres acerca de lo que implica en la vida de un niño ir pasando las diferentes etapas de su desarrollo y entrar en la adolescencia.

Si hubiera un poco de coherencia por parte de las “altas instancias”; si se buscase la asesoría de los profesionales que nos dedicamos a estos menesteres; si se preocupasen los organismos pertinentes de proporcionar a las familias aquella información básica, en forma de decálogo o similar, y esto fuera tomado como una asignatura más impartida a los padres, se les dotaría a éstos de un instrumento fundamental en el conocimiento del estadio de desarrollo en el que se encuentra su hijo.

Si realmente quisieran optimizar la educación (no sólo ideologizándola en función de quien gobierna) y contaran de verdad con los padres que van a ser los reguladores del desarrollo infantil, seguro que disminuiría esa lacra que nos estigmatiza como país, que es el fracaso escolar.

Creo que esa formación, que como dije antes debería ser obligatoria para los padres, podría tener como formato una especie de charlas por grupos no muy numerosos y homogéneos en las edades de sus hijos; charlas de contenido práctico y sencillo, que permitiesen comprobar sus efectos lo antes posible.

En el caso de los adolescentes, no habría que dar explicaciones universales, basadas en teorías principales de este o aquel psicólogo famoso, sino que se trataría de abordar, fundamentalmente, las formas de actuación en función de la conducta observada, teniendo en cuenta las peculiaridades  del niño en cuestión y su momento evolutivo.

Es decir, habría que transmitir cuatro conceptos básicos sobre lo que supone la adolescencia:

* Etapa de revolución hormonal.

* Reafirmación de uno mismo  y en contra de la figura del adulto (en especial de los padres).

* Rebeldía mezclada con la necesidad de ser entendido y respetado.

* Conocimiento de las manifestaciones físicas que indican la intensidad de todo lo  anterior.

A continuación, desarrollando y matizando aquellos comportamientos más disruptivos y específicos que pudieran darse, abordaríamos las siguientes líneas de actuación:

* Permitir su autoafirmación y que se desarrolle en el adolescente su propio ámbito de privacidad.

* Reforzar la comprensión para que su formación no implique colisión con sus propios intereses.

* Que las normas existentes en casa, establecidas por los padres, sean  susceptibles de ser modificadas de manera razonable.

* Que los éxitos sean reforzados y apoyados, buscando el acercamiento y procurando no juzgar ni desprestigiar sus andanzas. Siempre es mejor tenerlo cerca, aunque se discrepe y genere tensiones, que apartarlo hasta que reaccione.

Esto, no siendo todo lo necesario para abordar esta etapa, representaría una base con la que poder ir trabajando todas aquellas asperezas y roces que se van a producir; y podría servir para asumir que se está entrando en un periodo convulso y que tenemos que tender puentes que lo suavicen, siempre sin perder el contacto con el adolescente, que en el futuro, seguro nos lo agradecerá.

 

Iñigo Estaún. Psicólogo.

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