Los grandes olvidados

A lo largo de nuestra existencia más de uno ha tenido que coger las riendas de su vida en un momento determinado y ponerse a tirar de un carro, del que ni por lo más remoto hubiera pensado que habría de hacerlo. Me refiero a esa multitud de personas, que sin entrenamiento previo ni manual de instrucciones, deben aprender bajo los rigores del apremio a sacar la cabeza del agua y a sostener, no sólo la suya, sino también la de los que están a su cargo.

Esas personas que, o bien de la noche a la mañana o cociéndose la situación a fuego lento, deben remangarse y socorrer a su pareja, a sus mayores en sus últimos momentos o a otros familiares directos.

Esos héroes anónimos, de los que dependen otros que descabalgan de la cordura por el infortunio, sacan unas fuerzas jamás imaginadas, trastocan los roles establecidos, y equivocándose en numerosas ocasiones, aprenden a tomar decisiones cuando antes no lo hacían, a menudo sin contar con el auxiliado debido a su incapacidad. Y del tiempo, que va desgastando los esfuerzos, va dependiendo su deterioro, no sólo físico, sino también moral.

Si esta situación se prolonga en exceso, y es la pareja la implicada, a veces se deteriora  tanto la relación que ya no tiene vuelta atrás. Ese es el caso, por ejemplo, de esas mujeres u hombres que tienen la desgracia de que su pareja caiga en una depresión.

El primer problema con el que han de enfrentarse es con el tiempo que transcurre hasta que deciden intentar atajarlo, pues no es muy frecuente que se asuma con celeridad que la enfermedad está haciendo sus estragos y que va a ir a más.

En un segundo momento, y una vez asumido que existe el problema, buscan la manera de abordar su solución, para lo que se enfrentan con la elección del especialista que les ayude a entender un poco al otro;  que les enseñe, a esas personas que toman las riendas de la vida de otros, la posible evolución por la que ha de pasar su situación, aprendiendo a buscar los pilares sobre los que deba sostenerse su motivación para seguir adelante; a identificar las señales que anticipen o predigan que la evolución es positiva; a tener paciencia, a buscarse los apoyos necesarios entre sus allegados, a buscar válvulas de escape que sirvan de distracción,  a no venirse abajo gracias a auto mensajes positivos,  a ser rigurosos con la medicación…  Y a tantos y tantos aspectos que faciliten su cometido.

Porque si nos fijamos en los casos que nos rodean, el énfasis se pone principalmente en el enfermo; y únicamente se dan unas pinceladas, muchas veces basadas en tópicos, sobre el que tiene que soportar una presión añadida, no pudiendo ni debiendo flaquear: El cuidador. Los amigos y parientes, que suelen jugar un papel importante en los momentos iniciales, pronto dejan de ser eficaces no logrando evitar que las personas se desmoronen.

A mi juicio, tan importante es el enfermo como que se mantenga lo más firme posible la integridad del que le socorre. No olvidemos que toma las riendas de un carro que no se puede venir abajo; porque de él y de  la fortaleza que sea capaz de desarrollar, de su constancia y de su buen hacer, depende en un alto grado el éxito del futuro de esa familia.

Con este don no se nace, sino que se hace, se aprende y se entrena. Se aprende a sostener el ánimo y a cimentarlo con argumentos que te enseñan a elaborar. Se aprende, si te enseñan, a poder anticipar reacciones y conductas que se van a producir con bastante probabilidad, entendiendo las posibles causas, y lo más importante, cómo afrontarlas.

Algunas enfermedades, como el Alzheimer, tienen sus propias asociaciones de apoyo a sus miembros que les proporcionan resortes para hacer más llevadera la enfermedad, pero son una gota en el océano. En la mayoría de las ocasiones no está incluido en el protocolo asistencial y tampoco existe  dónde buscar esa ayuda cotidiana; y no me estoy refiriendo a las grandes líneas qie definen el problema ni a la etiqueta que se le ponga.

Concluiré dedicando este artículo a modo de pequeño homenaje, no sólo a esos grandes olvidados, sino también  a aquellos compañeros que no se conforman con diagnosticar y recetar los fármacos pertinentes a las personas con estos trastornos, sino que dedican el tiempo que se merecen a los que van a sostener al enfermo durante un tiempo, ayudándoles y enseñándoles a sobrellevar el drama por el que atraviesan, instándoles  a no desfallecer.

 

Iñigo Estaún. Psicólogo. Nº Col. M-08029.

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