Decimos que tenemos un problema cuando una circunstancia nos provoca un conflicto del que no vemos, a priori, una solución satisfactoria; o dicho de otra manera, que un asunto no se desarrolla de la manera que nos gustaría. Esto sucede en todos los ámbitos de nuestra vida al encontrarnos con multitud de contrariedades: Con los compañeros de trabajo, en casa por asuntos domésticos, en las relaciones con los amigos, con los vecinos… Con la pareja por la educación de los hijos, por el modo de gastar el dinero, de disfrutar del tiempo libre…
Pues bien, la forma en que afrontemos esos retos que tanto nos incomodan va a determinar nuestro bienestar, nuestra paz interior. Es lo que en psicología se denomina “estilos de afrontamiento”. La felicidad no está relacionada con la existencia o no de esas contrariedades, ni siquiera con su posterior solución, sino con la manera en que nos enfrentamos a ellas.
Si a lo largo de nuestra existencia vamos a tener que enfrentarnos con “chinitas en el zapato”, a veces con auténticos “pedruscos”, es más interesante que no los contemplemos como un mal irremediable, sino como oportunidades que se nos ofrecen de superación, de crecimiento personal y de ejercer nuestro propio razonamiento. Esto va a depender a su vez de nuestra experiencia personal y de los refuerzos positivos o negativos que hayamos ido recibiendo a lo largo de nuestra vida.
Existen dos maneras posibles de actuar ante un problema: Ignorarlo o afrontarlo. Dado que existen muchos tipos y que se nos presentan muchas veces de manera simultanea, no tendría sentido tratar de resolverlos todos a la vez, sino que tendríamos que priorizar, hacer una jerarquía de los mismos. Y debido también a que nuestros recursos no son ilimitados, utilizar esos recursos en los que consideremos más importantes y saber ignorar los que en ese momento no lo son tanto. Esa sería la actitud más inteligente y saludable por nuestra parte.
Una vez jerarquizados es el momento de empezar a resolverlos, y en ese punto juegan un papel importante para nuestra felicidad los “estilos de afrontamiento” que mencionaba antes. La actitud (y la objetividad) con la que encaremos la realización de un reto va a determinar la consecución del mismo.
Una cierta dosis de realismo es necesaria para que no perdamos el tiempo afrontando retos para los que no estemos preparados, por aquello de que las expectativas generadas no produzcan una mayor distorsión y caigamos en el abatimiento si no lo conseguimos a la primera; o que por el contrario, dejemos cosas sin hacer por no tener confianza en nuestra capacidad. Por lo tanto, realismo y confianza son dos conceptos que debemos tener en cuenta a la hora de actuar.
Si tenemos confianza en nuestras capacidades vamos a afrontar con mayor decisión los retos no dejando pasar las oportunidades que se nos presenten. Eso nos va a suponer tener un mayor grado de autonomía y ser más independientes, lo que se va a convertir en una condición necesaria para nuestra felicidad. Si bien es cierto que tener una apreciación demasiado optimista de nuestras propias capacidades, además de que nos puede llevar a cometer imprudencias, también nos va a producir antes o después infelicidad y frustración. Todos tenemos nuestras limitaciones, por lo que afrontar los problemas con realismo es una cuestión esencial.
Conviene que nos alegremos por lo que podemos resolver y no lamentarnos por aquellos problemas que quedaron sin solución, pensando siempre en la tranquilidad que nos da el saber que nos hemos esforzado en la medida de nuestras posibilidades.
Existen tres tipos de creencias en relación a la confianza en nosotros mismos:
– Valorar excesivamente nuestras capacidades (sentimiento desmedido de autoeficacia).
– Dudar en general de nuestras propias habilidades (excesiva autocrítica).
– Ser conscientes de manera realista de que existen problemas que podemos resolver y otros que no; y que tendremos que aprender a convivir con ellos.
¿Cuál de las tres creéis que nos va a proporcionar más felicidad en nuestra vida?
Si hemos hecho todo lo que hemos podido, lo saludable sería congratularnos con nuestros logros y no lamentarnos porque hubo problemas que quedaron sin solución.
Pero esta vía no siempre es lo suficientemente duradera en el tiempo como para que no acarree sentimientos de frustración y abatimiento ante aquellos problemas en los que se dilata su resolución o no se atisba la luz al final del túnel. Quizás habría que introducir aquí un factor, que si bien su ausencia acaba propiciando que se pierda la perspectiva, su presencia es imprescindible para mantener el equilibrio mental y la frescura de ideas ante esos conflictos que se nos resisten: Me estoy refiriendo a la paciencia.
Como colofón añadiré que también tenemos que percibir desde el exterior señales que evidencien que estamos en el buen camino. ¿O somos lo suficientemente autónomos como para no necesitar el “feedback” positivo de la aprobación externa?
Begoña Viñuelas Collado. Psicóloga.