La Prudencia ante el Horror: Asunta

Ha sido noticia de primera página, ha abierto los telediarios, ha monopolizado algunos de esos programas televisivos que de manera folclórica intentan pasar una y otra vez por el fango de las miserias humanas  -por ganar audiencia se hace lo que haga falta–.  Me estoy refiriendo al drama de la niña asesinada en Santiago de Compostela la semana pasada.

Asunta, que así se llamaba la criatura que apenas despuntaba en la adolescencia, fue encontrada muerta en la cuneta de una carretera. Previamente, su madre había denunciado su desaparición, aunque según los  medios de comunicación, todos los indicios apuntan a que fueron los padres quienes, en maquiavélica asociación, planificaron y llevaron a cabo dicho asesinato.

Hasta aquí el grueso de lo que nos han bombardeado durante todo el fin de semana, dando minuto a minuto lo que sucedía. Desde la declaración de cada uno de los padres con entradas a paso ligero en los juzgados, pasando por la imagen de la madre vista desde una ventana declarando, para finalmente ser imputados por el juez como posibles autores, o “presuntos”, porque hasta que no se les juzgue, no son oficialmente culpables de tan execrable asesinato.

Pero a mi juicio, deberíamos ser muy cautos a la hora de establecer juicios paralelos, porque el daño que se sigue provocando puede ser de tales dimensiones que podría durar toda una vida. Me refiero a la vida de los padres, porque si no se demuestra que fueron los culpables por falta de pruebas contundentes que así lo determinen y se quede el asunto en meros indicios, el daño va a ser, como digo, irreparable.

Si lo analizamos desde un punto de vista psicológico, eminentes expertos han tratado de ponerles una etiqueta a los padres para el caso de que éstos hubieran sido los autores. Desde un trastorno de la personalidad capaz de urdir el letal desenlace, hasta (y esto me parece más exótico aún) un trastorno de la madre que, “para que no sufra su hija” decide ponerle fin a su vida.

Explicaciones hay para todos los gustos, algunas más televisivas y otras menos rimbombantes, pero en definitiva, no existe una explicación a un hecho de tal naturaleza. Que unos padres elaboren una estrategia para asesinar a su hija no está descrito en los cánones del buen comportamiento de la especie humana, por muy disociada con la naturaleza que esta esté; lo cual, por otra parte, no significa que pueda haberse dado.

Supongamos por un momento que la versión que dan los padres es la verdadera, que aun con imprecisiones horarias de quien fue una brillante abogada (me refiero a la madre) ellos no la asesinaron; Supongamos que el rostro de ese padre, que según algunas informaciones bebía los vientos por su hija, fuera el reflejo del horror y el espanto de lo ocurrido; supongamos que, aunque la madre había visitado recientemente a un psiquiatra para superar el duelo por la pérdida de sus padres, no fuera el objeto de estas visitas un desorden patológico de una envergadura tal como para poder urdir un asesinato (que es que, hasta esta opción se barajaba); supongamos, en definitiva, que estamos ante una enorme bola de indicios, asociaciones interesadas, espectáculos de platós de televisión de macabro contenido, de lucha por las audiencias… Si fuese así, ¿qué inercia condenatoria se provocaría hasta la salida del juicio? ¿Sería éste capaz de frenarla de golpe si resultasen inocentes, o por el contrario, quedarían estigmatizados para siempre con la sombra de la duda?.

Yo no quiero defender que en el caso de que se demuestre que son culpables no deba caerles todo el peso de la Ley; y que no se determine que, enfermos o no, deben convivir entre sujetos de su misma especie. Únicamente quiero reflejar que vivimos en la era de la comunicación audiovisual, que hasta en el último rincón del planeta hay un terminal en forma de televisión, móvil o similar que difunde de una manera vertiginosa las opiniones de los que participan en este circo mediático; que nos abruman a indicios acusatorios hasta no dejarnos prácticamente otra opción que pensar en la culpabilidad de las personas (recordemos el caso de Dolores Vázquez, que  pese a haber sido exculpada del crimen de Rocío Wanninkhof vive refugiada en Londres). Que se ha cometido un asesinato de una criatura que nos eriza la piel al resto de los mortales y que el daño es irreparable… Pero no por ello vamos a ser cómplices de un efecto colateral igualmente injusto si finalmente no se demostrase la culpabilidad de esos padres.

 

Iñigo Estaún. Psicólogo.

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