Después del paréntesis navideño que provoca en la mayoría de nosotros una situación algo artificial y ficticia, en la que nos adaptamos deprisa y corriendo al ambiente que se crea en torno a estereotipos como “el día de la lotería”, “la cena de Nochebuena” o las consabidas “doce campanadas de Fin de Año”, con el propósito de desear a todo el que se nos cruce a menos de un metro de nosotros un “Feliz y Próspero Año Nuevo”. Y una vez recuperados de la vorágine de las últimas compras de Reyes, quizás no ya por el número de regalos comprados ni por la urgencia de los mismos, sino por la cantidad ingente de personas que, como tocados por la misma varita, discurren con paso acelerado de aquí para allá por los macrocentros comerciales buscando un detalle para regalar. Entonces, llega el día después, ese día en el que, de repente, hay que borrar de un plumazo de manera urgente lo vivido en los últimos días y retomar una rutina dictada hasta, apenas, dos semanas antes; y nuestra mente no ha tenido el tiempo suficiente de recuperarse, no solo de los típicos excesos gastronómicos, sino también de ese aluvión intenso de vida familiar, provocando en algunos auténticos trastornos del estado de ánimo por la famosa “vuelta a la rutina”.
Todo ha ido demasiado deprisa, ha sido demasiado brusco; y nuestra capacidad de adaptación se resiente. Además, el escenario al que debemos reincorporarnos tiene demasiados componentes poco atractivos como para que algunos empiecen a pensar, e incluso a planificar, el siguiente periodo vacacional más allá de un fin de semana.
Esto último es una reacción adaptativa que tiene el hombre para poder equilibrar su estado de ánimo y proporcionarse las suficientes ilusiones que le permitan concebir el tiempo, hasta que llegue el momento vacacional, como un periodo transitorio, que tras él, logrará eso que tanto desea. Se trata, en definitiva, de un regulador del estado de ánimo que busca elementos reconfortantes para mantenerlo en un nivel saludable.
Esto ocurre, siempre y cuando la expectativa que se genera con la planificación de ese futuro viaje tenga posibilidades de llevarse a cabo, pero… ¿Y los que no han tenido durante el periodo navideño esos elementos diferenciadores como son una intensa y reconfortante vida familiar? ¿Y los que angustiados por su situación no han sentido más que agudizada su penuria pues se les presentaba un escenario totalmente envidiable al que no han podido ni de lejos alcanzar? Para ellos es difícil elaborar una receta única que al menos atenúe su difícil momento. Quizás insistir en que todo parece apuntar a que se avecinan tiempos con menos cuestas arriba y caminos menos pedregosos; y que deben confiar en que a ellos también les llegará, disfrutando más de las cosas porque las valorarán más… Incluso, para muchos, habrá sido sólo una larga pesadilla…
Al menos, ese es mi deseo.
Iñigo Estaún. Psicólogo.