1ª Parte: “Niño, deja ya de joder con la pelota…Que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca…”

Ahora que se acerca la Navidad (con lo que esto supone de agitación adicional en los niños por su carácter festivo) y que su desproporcionado periodo vacacional va a traer como consecuencia un mayor tiempo libre del niño en casa, voy a hacer unas breves sugerencias sobre cómo actuar cuando se alteren en exceso y cuando sea menester aplicar algún castigo que les sosiegue.

Hay que pensar que el mero hecho de tener vacaciones después de un largo y ajetreado trimestre supone una liberación extra de excitación que no siempre puede ser compensada con el esparcimiento al aire libre, aunque si esto es posible, no hay nada como sacarles a que corran, salten y quemen energía para que luego afronten la vuelta a casa de manera más serena.

Si como suele ser habitual por el modelo de sociedad en el que vivimos, ello no fuera posible, hay una alta probabilidad de que sean merecedores en más de una ocasión de castigos por parte de los padres que no siempre consiguen el objetivo que se pretende: Modular su conducta.

No existe un catecismo en el que nos receten el castigo más adecuado para según que situación, ni tampoco libro alguno que nos advierta de la intensidad ni duración que deben tener las vacaciones para conseguir alcanzar el objetivo sin que se resienta mucho la convivencia familiar. A veces, el castigo proporcionado a uno de sus miembros genera tal distorsión en el resto, que acabamos por levantarlo, con las consecuencias tan negativas que el precedente siembra; pero vamos a elaborar unas pautas básicas a tener en cuenta para afrontar dicha situación con mayor posibilidad de éxito.

Desde un punto de vista basado sobre todo en el sentido común, debemos reflexionar un poco y pensar que la efectividad de un castigo en concreto va a depender del estilo de educación que se  lleve a cabo en esa familia.

En una familia excesivamente permisiva, en la que el castigo no tiene siempre una relación causa/efecto directo porque aleatoriamente ese mismo hecho puede provocar castigos de la más variada índole e intensidad, no se van a obtener los mismos resultados que con los castigos que se imparten en una familia en la que las líneas que separan lo que está bien de lo que está mal, lo que se puede y lo que no se puede, están perfectamente definidas.

Ambos extremos no pueden abordar los conflictos de igual manera, sino que deberán adecuar sus reprimendas a las maneras particulares de ejercer la educación.

Por ello, y haciendo una sencilla clasificación de los estilos educativos, voy a proponer unas formas de actuación (y sus posibles consecuencias) en núcleos familiares con ciertas particularidades extremas:

– Familia de padres permisivos, tendentes a razonar en exceso las actuaciones con sus hijos y que viven el periodo vacacional como agotador. Suelen no coincidir los progenitores en qué conductas son merecedoras de castigo y uno de ellos traslada al que lleva el rol de “responsable de la educación” la tarea de asignar y aplicar el castigo correspondiente, quedándose el primero al margen en muchas ocasiones.

En este tipo de familias, en las que no está muy clara la línea que separa lo que se puede de lo que no se puede hacer, pues depende del momento y del estado de ánimo del progenitor en cuestión, lo más efectivo, a mi juicio, sería anticiparse en la medida de lo posible al periodo que se avecina y elegir  4 ó 5 conductas “castigables”, así como sus correspondientes castigos, anunciándoselo al niño con antelación; y una vez producidas las conductas no deseadas, intentar ceñirse al guión previamente establecido.

Lo que se pretende con ello, más allá de reprender alguna conducta no deseada, es establecer unas reglas del juego claras y lógicas en las que ambos progenitores están de acuerdo, para que así el niño tenga unas referencias claras de lo que puede y de lo que no puede hacer.

Evidentemente, no se pueden aglutinar todas las posibles conductas a castigar en 4 ó 5, pero, si se pueden elegir las más representativas, con mayor probabilidad de producirse y por la gravedad de sus  consecuencias. El resto, las clasificaríamos en dos sacos diferentes:

* Aquellas con las que haríamos “la vista gorda”, ya que por su liviandad no merecerá la pena actuar sobre ellas.

* Esas otras que, por su gravedad, tienen que tener consecuencias, pero que no son tan previsibles; y de producirse, habríamos de englobarlas con las 4 ó 5 definidas previamente.

De esta manera tendría el castigo una relación causa–efecto, siendo el resultado de una acción previamente definida y una consistencia refrendada por ambos progenitores. También tendría una lógica, porque cuando aparezca un hecho concreto, tendrá siempre  las mismas consecuencias. Así, el niño no pierde en ningún momento la referencia de lo que se considera una conducta deseable frente a una  no deseable.

– Familia de tipo tradicional, con roles bien definidos, métodos disciplinarios más rígidos, y  menos dialogantes, que no suelen relajarse ni en los periodos vacacionales. Al estar los roles tan definidos no suele haber conflicto entre los progenitores, pues sólo uno de ellos ejerce de juez; y el otro es, prácticamente, un mero espectador, que incluso a veces sufre también los rigores de los castigos.

Una familia de este tipo no puede introducir de pronto unas condiciones que supongan un cambio radical en la disciplina hasta entonces aplicada, por lo que lo más aconsejable sea, por una parte, concienciar a ambos progenitores de lo que comporta una periodo vacacional en el que hay que relajar la permisividad a la hora de valorar las acciones; lo que no supone eliminar las referencias que el niño tenía anteriormente, pero sí flexibilizar las consecuencias, haciéndole ver al niño que es debido sobre todo al periodo vacacional en el que están; y siempre anticipando aquello que consideramos punible, así como las consecuencias que acarrea.

Tengo que apostillar, para este último modelo de familia, que es importante que ambos progenitores aparezcan a ojos del niño en total consonancia, pues si no es así, éste buscará cualquier resquicio para provocar conflictos. En este modelo, al igual que en el anterior, incluiríamos el resto de conductas, no reseñadas previamente, en el grupo más afín para establecer los castigos correspondientes.

Es importante resaltar el hecho de que un castigo que no cumpla determinados requisitos pierde toda su capacidad para enderezar cualquier actitud; pudiendo, en cambio, ser contraproducente. Si se aplica mal, favorecerá conductas de escape en el niño que más adelante se convertirán en verdaderos obstáculos en la convivencia y en el desarrollo de su personalidad.

En posteriores artículos desarrollaremos las características imprescindibles que ha de tener un castigo para que sea lo más efectivo posible.

Acabaré afirmando que cada familia, según sus peculiaridades, deberá utilizar tipos diferentes de herramientas para abordar el desarrollo infantil de la manera más adecuada posible, teniendo claro que el mejor modelo pasa por predicar con el ejemplo.

 

Iñigo Estaún. Psicólogo.

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