Separación y divorcio, ¿avocan al fracaso?

En los tiempos que nos ha tocado vivir, en los que los cambios se producen a un ritmo de vértigo, contagiado quizás por los vertiginosos avances de la tecnología virtual,  instituciones tan fuertemente arraigadas en otros tiempos como el concepto de familia tradicional se están viendo sacudidos por la influencia de nuevas formas de entender la relación en pareja. Algo que hasta hace pocos años era la excepción  que confirmaba  la regla porque desde instancias superiores se encargaban de demonizarlo, como la posibilidad de rehacer la vida con otra pareja, o simplemente, dejar de convivir con una persona,  actualmente se ha normalizado y cada vez es más habitual, por lo que a la sociedad no le ha quedado más remedio que integrarlo en su repertorio de comportamientos no del todo mal vistos.

Hoy en día más del 30 % de los matrimonios se separan en  España (y parece que la cifra va en aumento) y más de la mitad se disputan judicialmente la guardia y custodia de los niños y el régimen de visitas. No voy a entrar en las razones por las que ocurre esto porque habría casi tantas como parejas que se deshacen. Tampoco me voy a detener de forma exhaustiva en las maneras de proceder porque sería el objeto de otro artículo. Lo que voy a hacer es tratar de analizar las consecuencias que tiene la separación para las personas que deciden separarse,  así como para los más desprotegidos en este trance, que son los hijos.

Toda separación es un fenómeno social que deriva en una situación traumática y  aunque suele venirse gestando desde atrás, llega de repente y provocando unas consecuencias negativas para todos los miembros de la familia, sobre todo para los niños, afectando la correcta evolución de su desarrollo porque no suele hacerse, a mi juicio, de manera ordenada; y tampoco suelen tener consciencia los progenitores del daño que pueden provocar determinadas actitudes. Es decir, como para lo que en la vida pueda suponer un cambio drástico, hay que dejarse asesorar por expertos que atesoren la experiencia suficiente como para que no se conviertan en una lotería los efectos colaterales que se puedan producir.

Los adultos, no es que lo tengan más sencillo, pero es una decisión que provocan ellos y generalmente es fruto de una situación que se ha ido deteriorando poco a poco, por lo que han tenido más tiempo para mentalizarse. Sin embargo a los niños les sobreviene, la sufren, y lo hacen en distintos ámbitos como el afectivo y el emocional, y desgraciadamente, en demasiadas ocasiones van a ser utilizados por sus progenitores como  arma arrojadiza para hacerse daño el uno al otro.

Es evidente que no es aconsejable en muchos casos continuar con una situación en la que los canales de comunicación, las relaciones afectivas y en ocasiones la integridad de las personas estén muy deterioradas; deterioro que suele provocar una paulatina situación de infelicidad de las personas implicadas y un daño importante y duradero para los más desprotegidos; pero en una decisión de esta trascendencia debemos tratar de minimizar las consecuencias negativas, adoptando las medidas adecuadas para que la separación sea lo menos impactante posible.

 

MEDIDAS A ADOPTAR

No es sencillo elaborar una lista de medidas que deben adoptar los progenitores antes, durante y después del traumático proceso de la separación puesto que cada situación familiar es diferente. Influyen factores como el número de hijos, la situación económica, los apoyos familiares con los que cuentan los padres, etc. Por ello, la figura del mediador a modo de tutor profesional, es decir, un psicólogo con experiencia en estos trances, facilita y ayuda en el proceso.  Uno de sus principales objetivos será el de restaurar la comunicación entre la pareja, que suele ser bastante complicada. Una vez expuesta la situación, valorará la estrategia más adecuada a seguir por los progenitores, actuando en primer lugar sobre la ansiedad que suele padecer toda la familia y que suele durar lo que dura el enfrentamiento parental.

Una vez establecido el punto de partida, y siempre tratando de seguir la línea previamente consensuada y aceptada por los padres,  empezaría a desarrollar su labor.

 

Papel del Psicólogo:

El objetivo principal es como he dicho antes, el de restablecer el diálogo parental, importante para lograr los objetivos.

Favorecer la adaptación de los menores a la nueva situación

Tomar medidas dirigidas a la prevención de aparición de trastornos que interfieran en el desarrollo.

Conseguir que se deje de buscar un culpable.

Celebrar sesiones de mediación familiar para analizar la situación, su evolución y anticipar posibles situaciones que se pueden presentar.

Establecer pautas de actuación para con los niños, guiando a los padres para que les den las explicaciones pertinentes sobre la nueva situación que va a vivir, con el objeto de ayudar a disminuir el conflicto. El niño no debe asumir funciones que no le correspondan.

Valoración que hace el psicólogo  del conflicto

 

Con los padres. El psicólogo recogerá información sobre:

1.-  La frecuencia de las peleas entre los padres y cómo se resuelven.

2.-  La forma en la que se expresan las peleas: insultos, gritos, agresiones…

3.-  Los temas que resultan ser los más conflictivos y que suelen desembocar en las disputas.

4.-  La frecuencia con la que los niños presencian las peleas o son conscientes de ellas.

5.-  Si alguno de los progenitores explica a los niños el motivo de las peleas en el momento en que se producen.

6.- Las posibles reacciones que pueden tener los niños, (enuresis, síntomas psicosomáticos (dolor de cabeza, abdominal), trastornos de sueño, trastornos alimentarios, y muy frecuentemente, trastornos de conducta).   En estos casos el psicólogo anticipará y explicará a los padres la manera en que deben actuar ante las mismas.

7.- Observar y reflexionar sobre las posibles alteraciones emocionales que ya existan o que se puedan manifestar en los progenitores y trazar estrategias de control de las mismas.

 

Con los hijos:

1.- Estado emocional en el que se encuentra inicialmente el niño y conocimiento que tiene sobre la separación de sus progenitores que se va a producir.

2.- Momento evolutivo y de desarrollo en el que se encuentra el niño.

3.- Repercusión en el ámbito escolar: Recogida de información proveniente de los profesores.

4.- Particularidades que hay que tener en cuenta para realizar la intervención, tales como la      preferencia del niño por alguno de los progenitores y trabajar sobre las dudas inconscientes que suelen aparecer (“ya no me quieren”).

5.- Si existen una ausencia casi total de uno de los progenitores en casa, cambios de domicilio frecuentes, etc. Es decir, todo aquello que pueda provocar inseguridad y sufrimiento en el menor.

6.- Evitar consecuencias como la sensación de abandono o el sentimiento de culpa,   ofreciéndoles explicaciones acordes a su edad.

 

CONSECUENCIAS O RIESGOS DE UNA SEPARACIÓN

– Depresiones, o estados depresivos, por parte de los adultos y/o de los niños.

– Inadaptación infantil: S.A.P. (Síndrome de alienación parental).

– Alteraciones emocionales y afectivas, algunas de ellas de corte estructural.

Sin una intervención profesional adecuada y temprana, algunos de estos efectos en los niños pueden prolongarse hasta la edad adulta.

Esta estructura, que sería como el esqueleto sobre el que hay que edificar la singularidad de cada situación familiar, no siempre es sencilla de seguir, ya que, como casi todo proceso largo en el tiempo, hay infinidad de variables que inciden de manera recurrente y que hay que aprender a identificarlas para luego ponderar y valorar su efecto.

La coherencia en las decisiones que se vayan tomando a lo largo del proceso sólo puede traer beneficios en el futuro para esa parte más débil que son los niños, y que además, no tienen la culpa de los errores que podemos cometer  adultos.

Aprender a desenvolverse  en la nueva situación, superando los conflictos de la forma más saludable para todos y minimizando los efectos en los niños , es  labor del psicólogo.

 

Iñigo Estaún. Psicólogo.

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