Todos conocemos alguna familia en la que haya un niño que exige continuamente que las cosas se hagan a su manera, que se frustra cuando no es así y que se encara con sus progenitores hasta límites insospechados. Estos son lo que llamamos “niños tiranos”. Son niños egoístas e impacientes con una baja tolerancia a la frustración, por lo que hacen pagar a todo su entorno su manera de entender la vida.
Estos niños se comportan de este modo desde edades cada vez más tempranas (entre los 3 y 4 años), haciendo de su educación algo tremendamente costoso a nivel emocional y creando un modelo de relación con el resto de los miembros familiares que si bien se puede sobrellevar a edades tempranas, estos niños difíciles y habituados a salirse con la suya, una vez que llegan a la adolescencia pueden provocar auténticos dramas pudiendo acabar incluso agrediendo a sus propios padres.
La clave para evitarlo y prevenirlo está en sentar unas bases saludables desde la cuna, pero a menudo los padres se preocupan más por la transmisión de conocimientos académicos que por la educación en lo personal, tan importante para afrontar la etapa adulta y tan difícil de inculcar una vez transcurridos los primeros años de vida.
¿Cuál es el origen del problema?
Sin duda alguna la situación más favorable para forjar un niño tirano se da cuando existe un desequilibrio entre los derechos del niño y sus deberes y empieza a gestarse en torno a los 2 años de vida.
Aquí reside el verdadero “quid” de la cuestión, pues si bien es verdad que en el temperamento de cada uno la genética juega un papel importante, la manera de expresarlo y canalizarlo se debe principalmente al factor ambiental en el que nos criamos, es decir el de la educación y la socialización.
Los niños a veces se asientan en una fase egocéntrica en la que las cosas giran en torno a ellos y se producen por y para ellos, uniéndose esto a un carácter difícil; pero somos nosotros, los adultos, los responsables de enseñarles cómo deben comportarse y donde están los límites.
Errores frecuentes.
¿Cuáles serían los errores más frecuentes que cometen los padres para que un niño se haga con el control de la familia?
El primero, y quizás más habitual, es el de darle todos los caprichos. Muchas veces es una manera que encuentran los progenitores de compensar el escaso tiempo que le dedican. Otras es por un modelo excesivamente permisivo que evita conflictos; pero si el niño se habitúa a no recibir nunca un “no” por respuesta, cuando sea mayor será incapaz de tolerar cualquier tipo de frustración.
El segundo error que se suele cometer, y que viene de la mano del anterior, sería el de ponerse a su servicio. Al niño hay que hacerle entender desde muy pequeño que en el sistema familiar cada miembro aporta algo y contribuye al buen funcionamiento, por lo que desde muy temprano debemos implicarles en tareas adecuadas a su edad (recoger sus juguetes, ayudar a poner la mesa, etc.). Esto, entre otras cosas, va a favorecer el desarrollo de la responsabilidad.
En tercer lugar, un aspecto que está muy extendido entre algunas familias es el de tratarle de igual a igual, buscando su aprobación en algunos temas. De esta manera estamos pidiéndole experiencia, lógica y madurez para abordar situaciones para las que no está preparado y eso es algo que no le corresponde todavía.
Lo que conviene es que le demos aquellas explicaciones adecuadas a su edad sobre las normas y “los límites” que no debe traspasar; y una vez le hayamos hecho entender todo esto no buscar su aprobación, sino hacerle ver que tiene que obedecer, y que si no lo hace, su conducta va a tener consecuencias desagradables para él.
Otro error muy frecuente a la hora de educar es el de ceder para evitar conflictos. Con esto, que no es más que una solución a corto plazo, contribuiremos a crear un problema importante en años venideros.
Por último, y no por ello menos determinante, es igualmente nocivo el tratar de darle siempre la razón. El sentido común nos dice que no puede ser siempre él el que esté en poder de la verdad y los demás equivocados; y que una defensa a ultranza del niño en contraposición a la de otras figuras de autoridad, como puedan ser los profesores, terminará por hacerle creer que es el “rey” al que todos deben rendir pleitesía.
Hay otros factores y situaciones que dada su singularidad pueden favorecer estos problemas:
1.- Los hijos únicos: En las familias en las que hay varios hijos es más fácil que unos pongan freno a los deseos de los otros, pues tanto el tiempo como la atención hay que repartirlos entre varios; pero en el caso del hijo único hay que esforzarse más para no convertirlo en el “centro del Universo”.
2.- Los padres separados: La separación genera habitualmente en los progenitores un sentimiento de culpa y fracaso que puede derivar en la concesión de todos los caprichos de los niños.
3.- Las familias monoparentales: En estos casos el padre o la madre tratan al niño como una víctima (“pobre… No tiene padre/madre”), volcando una excesiva carga emocional sobre el niño o incluso situándole en una posición de adulto.
¿Qué hacer entonces ante este tipo de problemas?
Lo primero que hay que decir es que si nuestro hijo muestra conductas “tiránicas” es un problema que sí tiene solución.
Si el problema viene de lejos, está muy asentado y la convivencia se hace cada vez más difícil, lo más adecuado es acudir a un profesional que analice la situación y marque unas directrices para reconducirla.
Pero para aumentar las probabilidades de éxito en la corrección de las conductas de nuestros hijos conviene tener muy presente los siguientes conceptos:
1.- Coherencia. Es fundamental que exista una línea de actuación en la que ambos progenitores estén de acuerdo y la lleven a cabo. La ausencia de coherencia juega siempre en contra.
2.- Equilibrio entre derechos y deberes del niño. Como ya hemos explicado antes, hay que enseñarle que las cosas no siempre suceden como uno quiere y hay que aprender a afrontarlas.
3.- Constancia. Quizás sea una de las claves del asunto, pues el niño no aprende en un día cómo debe comportarse; y tampoco distingue cuales son las conductas no deseadas. Si en una ocasión le castigamos por un hecho y en otra similar lo dejamos pasar no conseguiremos nada más que crearle confusión y que se aproveche de esto.
Para concluir, el mejor predictor de un futuro éxito es un estilo educativo democrático que huya tanto del autoritarismo como de la permisividad, conjugando de manera equilibrada los deberes con los derechos; y no olvidando que la educación tiene una faceta, quizás la más importante, de preparación y fomento de la maduración para afrontar el futuro.
Iñigo Estaún. Psicólogo.