A vueltas con la dieta: “¡Que llega la Navidad!”

Año tras año aparecen artículos con consejos y recomendaciones para que comamos de manera saludable durante las fiestas, o al menos, para que compensemos las grandes comilonas de los días clave con el resto de comidas para no pasarnos de peso.

Hay quien opina que estos días hay que olvidarse de las dietas y disfrutar de la comida. Otros piensan que no debemos dejarnos llevar alegremente por los placeres culinarios para después no llevarnos disgustos al subirnos a la báscula. En cualquier caso, las intenciones, a priori, suelen ser buenas. Esperamos moderarnos un poco a la hora de las grandes comidas, y en especial, con la ingesta de dulces; sin embargo, la tradición en España hace que desde bastante antes de que llegue la Navidad empiecen a sucederse uno tras otro los compromisos, más o menos placenteros o interesantes, pero cuyo denominador común es, invariablemente, sentarnos a la mesa y compartir excesos culinarios; por lo que año tras año llegamos al día de Reyes con algún centímetro de más en la cintura y, eso sí, con el firme propósito de bajarlo en cuanto nos incorporemos a las rutinas del año nuevo.

Pero de lo que me voy a ocupar aquí es de la medida que toman algunas personas, que en su afán previsor, se ponen a dieta unos días antes de que lleguen estas fechas para adelgazar algún kilo antes y enfrentar las grandes comidas con cierto margen de maniobra; es decir, “poner la tirita antes de la herida”.

En general, reservar el atracón para las grandes comidas de las fiestas no es la actitud más razonable. Este tipo de personas, a lo largo de los días en los que se celebran las grandes cenas de Navidad, apenas comen otra cosa que alguna fruta ó yogurt; y hay incluso quien toma infusiones y poco más. Otros se saltan alguna comida, cuando lo más adecuado sería comer con moderación, pero como un día normal, para no llegar hambrientos, física y psicológicamente, a la cena en cuestión y atiborrarse de todo “como si no existiese un mañana”.

Esto, que es frecuente hacerlo en el día “D” también hay personas que lo hacen los días previos, llevando una dieta tan tremendamente restrictiva que la naturaleza, que es sabia, reacciona; y el metabolismo se hace lento hasta límites insospechados, con la consiguiente disminución de gasto calórico posterior y el aumento de los deseos de comer desaforadamente, lo que facilita el descontrol en la cena de Navidad.

Por todo ello, quizás, la medida más saludable ha de ser que la dieta previa a las fiestas navideñas sea sana y equilibrada y que no nos permita pasar hambre; dejando la reducción de calorías (eso sí, nunca reduciendo en exceso) para otras épocas en las que llevemos una vida más rutinaria. De este modo el cuerpo “no se enterará” de lo que le están quitando y no reaccionará protegiéndose y alterando su metabolismo.

Tampoco es interesante la postura contraria: Comenzar la ingesta masiva de dulces o alimentos típicos antes de que llegue la Navidad. Es cierto que esto no ralentizará el metabolismo ni hará que lleguemos ansiosos a la susodicha cena, pero sí propiciará que cojamos algún kilo de más que se sumará a los que consigamos en las fiestas.

Por todo lo anterior, para disfrutar de las comidas y las cenas en las fiestas de Navidad controlando razonablemente la ingesta de calorías, podemos seguir, en mayor o menor medida, las siguientes pautas:

Limitar en lo posible esas calorías huecas, que si bien nos proporcionan energía, tienen poco o ningún valor nutricional. Estas las encontraremos en las bebidas azucaradas, en las bebidas alcohólicas, y en general, en aquellos alimentos ricos en azúcar y/o grasas, como son algunos snacks, que si bien nos proveen de gran cantidad de calorías por su alto contenido en grasas y sal, no nos aportan nutrientes como proteínas, vitaminas, minerales, fibra, etc.

No recurrir a las llamadas “dietas milagro” a base de barritas, batidos, pastillas, etc.; que además de hacernos gastar una gran cantidad de dinero, lo único que consiguen es alterar nuestro metabolismo que a su vez influirá en nuestra futura conducta alimentaria y en nuestro bienestar emocional, muy maltratado por el llamado “efecto rebote”.

Tomar una dieta variada, rica en verduras, hortalizas, legumbres y proteínas (estas últimas, preferentemente las que provienen de los huevos, pescado, pollo, conejo, etc.); moderar la ingesta de frutas (por su contenido en azúcares)  y la de hidratos de carbono en general (pan, arroz, pasta); y limitar el azúcar y las grasas (especialmente las de origen animal).

Organizar con antelación los menús (hacerlo semanalmente, durante todo el año, es una buena práctica), planificando comidas apetecibles y variadas, evitando las calorías vacías de las que hablábamos anteriormente y haciendo la compra con todo lo necesario para ello.

Evitar comer entre horas, aunque como tampoco es conveniente llegar con mucha hambre a la siguiente comida, donde lo más probable es que no nos controlemos, no ocurre nada por tomar algún tentempié ligero como, un yogurt, una fruta pequeña, alguna infusión, o incluso, unos cuantos frutos secos.

Preparar ensaladas con verduras variadas, cuidando la cantidad de aceite. Si añadimos alguna proteína como pollo a la plancha troceado, huevo cocido ó queso (este último con moderación) pueden servir como plato único.

No comer de pié ni frente al televisor o el ordenador, para así poder disfrutar plena y placenteramente de la comida y que nuestro subconsciente “registre” que nos estamos dando ese placer.

No saltarnos ninguna comida, pues llegaremos a la comida siguiente hambrientos y la ingesta será mayor.

No prohibirnos ningún alimento y disfrutar de aquello que más nos guste con moderación. Si en un momento dado nos apetece algo dulce podemos, eventualmente, tomar una ración pequeña, saboreándola tranquilamente y siendo conscientes del placer que nos estamos proporcionando.

Estos consejos evitarán el ansia por la comida, y en particular, por determinados alimentos cuando se hacen grandes restricciones. No se producirá una rápida bajada de peso, pero sí un control del mismo de manera constante. Y no olvidemos que la alimentación puede y debe representar un momento de placer al que no debemos renunciar si lo hacemos con moderación.

 

Begoña Viñuelas. Psicóloga.

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